Del Movimiento
La serie Del Movimiento de Emilio Pascual esconde pensamientos en recodos, tras la geometría clásica de sus formas y la perfecta construcción tridimensional de sus volúmenes. Más allá de la belleza de sus superficies o de la poética del hierro y sus óxidos, el autor parece evocar los principios de las vanguardias formalistas que consagraron la máxima: teoría y forma constituyen un todo. En una especie de condensación visual Emilio Pascual rescata ciertos valores que situaron a la escultura en el centro del debate de la modernidad, superada su prestancia, dignidad conmemorativa y nobleza material. Consigue trasladarnos a ese momento decisivo en el que la escultura consigue definirse como género de la contemporaneidad: perdido su pedestal se desliza por las ideas y construcciones abstractas que desbordan sus límites y procedimientos técnicos.
El propio artista nos ayuda a contextualizarlas, subrayando el tema central de su investigación: del movimiento. Y él mismo nos guía en sus textos cuando nos habla del movimiento como un tema fundamental en el desarrollo de la creación desde que el hombre primitivo tratara de representar las acciones de caza en las cavernas y que ha sido tratado de forma especial en la escultura moderna desde Rodin hasta la actualidad.
Pero definamos ese movimiento: Lo primero que reconocemos ante sus esculturas es la vida interna de la forma, como un campo de acción puramente artístico, ajeno a cualquier disciplina auxiliar y que constata que geometría, volumen y espacio son los principios esenciales con los que Emilio Pascual construye su investigación. La piel de metal transmite al tacto la tensión de un fluir latente bajo la aparente compensación de las superficies rectas y curvas que exhiben un equilibrio que se rompe en el desarrollo geométrico de las formas en el espacio. La escultura se abre, o pliega sus ángulos abrazando el espacio o dibujando su silueta sobre el vacío. Esa sutileza que se asemeja a una danza se hace compleja y enfática al descubrir la inestabilidad de sus volúmenes, la carencia de puntos de apoyo más allá de los ángulos, ofreciéndonos la visión fragmentada de un movimiento que empieza o que acaba.? ?Los volúmenes de hierro de Emilio Pascual miran directamente a los escultores vascos Chillida y Oteiza, por lo impactante de las formas, las cadencias envolventes que convierten la rigideza del hierro en una metáfora superada. Pero además, también por la interacción de las esculturas y el entorno, a través de los juegos de masa y vacío que explora nuestra mirada y nuestro cuerpo. Y precisamente esa coordenada espacio-tiempo es la que motiva el movimiento, representado a partir de la interacción de fuerzas y tensiones en las líneas internas de la obra y su proyección en el entorno o lugar, conciliando las teorías de los futuristas y constructivistas.? ?Y en la pureza de la forma vive también la poesía. Emilio Pascual ha trabajado las planchas de hierro, recortando sus planos y curvaturas dando forma y volumen como una vía de representación de la inestabilidad del instante, para dibujar ideas y sentimientos que se convierten en expresión a través de las texturas e impurezas de la oxidación por electrodos.
Conocí a Emilio Pascual en Yecla a propósito de la exposición de Esteve Adam en el Aula de Cultura de esa ciudad murciana en la que sigue presente la huella de Azorín. Allí, después de montar la exposición, nos dedicamos a recorrer el pueblo y en una plaza nos encontramos de pronto con el monumento a La voluntad de Azorín una obra en hormigón y acero corten que Emilio Pascual concibió para el homenaje a los cien años de la publicación del libro de Azorín. El monumento estaba muy bien iluminado, el rectángulo de cemento contrastaba con el acero tanto en el color como en la textura, pues las palabras de la primera página con la que se abre La voluntad, grabadas en la superficie clara del hormigón, creaban una textura rugosa frente a las limpias caras de acero corten. El rectángulo de las palabras, denso, uniforme, era acogido por las masas de acero abiertas donde las curvas y los huecos abrían el texto y la escultura a la imaginación del lector–contemplador.
Emilio Pascual es escultor y también pintor, creo que es ese artista total que se decide por uno u otro medio de expresión artística en función del sentimiento que lo puebla, del instante, de lo que descubre su mirada. Pero no creamos que ese lanzarse a la creación no está controlado por el razonamiento y la reflexión. Tanto en su pintura como en su escultura hay oficio, no sólo maneja perfectamente la materia, sino las proporciones y la composición. La reflexión sobre la pintura y la escultura en general y sobre su obra en particular está presente en sus cuadernos de notas. En ellos encontramos certeras reflexiones “Despliegue de formas y pensamientos que obligan al espectador a pensar por sí mismo. La forma siempre genera significados subjetivos, dibuja pensamientos” “Esculturas que inviten a entrar, a experimentar el espacio, la forma, la luz”, son algunos de esos apuntes íntimos donde se refleja el proyecto de lo que se pretende o se reflexiona sobre lo conseguido. Sólo se evoluciona, se consigue una obra coherente desde la propia reflexión crítica. Los planteamientos de lleno/vacío; quietud/movimiento; luz/oscuridad/transparencia aparecen luego en sus obras como una serie que persigue modificaciones sobre esos puntos de partida previos. Emilio Pascual no es un escultor que sigue la moda, sigue su razón emocional y como es un hombre moderno que conoce muy bien el arte de hoy día, sus esculturas y sus pinturas reflejan el quehacer de este tiempo, sus inquietudes, sus manifestaciones, sin traicionarse por estar a la última. Es decir, su obra no es, como sucede en muchos casos, el papel de regalo que envuelve la nada, sino el todo que no necesita lacitos de colores para estar ahí ni juegos malabares para promocionarse.
Fruto de esa reflexión sobre el arte y su obra y de ese sentimiento que las tiñe y las convierte en materia trascendente, capaz de emocionar al espectador, es la forma que tiene de presentar su obra. Cada una de las exposiciones que ha hecho y son muchas, está regida por una unidad conceptual –aquí la palabra tiene el significado profundo de reflexión y análisis que conecta la forma con los conceptos que genera y no sólo de ocurrencia y patente de corso de la nada– que hace que veamos la obra como una serie de acercamientos a la preocupación estética que quiere atrapar y mostrar a los observadores. Todas las esculturas son diferentes, pero tienen algo en común, no sólo desde el punto de vista de la materia de la que están hechas, también de las formas, de los planteamientos estéticos que se propone indagar y de los conceptos que los sustentan, por eso cada exposición responde a un título que ya quiere sugerir lo que vamos a contemplar en la sala. He aquí algunos títulos de sus exposiciones: “Pretextos: palabras para el silencio”, “Polifonías”, “En el aire vacío”, ahora “Diario del movimiento” que van preparando al visitante para lo que va a ver. Estos títulos que conectan las formas poéticas y espacio–temporales, también remiten a esas notas que el autor va tomando en su cuaderno.
La exposición que nos ocupa tiene sus precedentes en los expresionistas abstractos y en el futurismo, en lo mejor de la escultura española del siglo pasado, en la obra de los escultores vascos Chillida y Oteiza que enraízan la abstracción con la cultura del entorno y a través de su obra descubrimos el sentimiento de un pueblo al mismo tiempo que vemos cómo se convierten en expresión de lo universal. Fueron movimientos artísticos que cambiaron no sólo los contenidos, sino la forma de mirar la escultura.
Emilio Pascual trata el hierro oxidado como materia poética, los planos se pliegan, se enfrentan, establecen un diálogo entre sí o se abren de pronto a la luz. A veces es como si se dieran la mano o por el contrario como si quisieran separarse unas partes de otras en la misma escultura. Podemos llegar a sentir su tensión, la fuerza que la obra contiene en su aparente quietud. Los planos rectos se apoyan en los que se curvan haciendo que la mirada, como el pensamiento, se multiplique, pase de lo aparentemente simple, a la complejidad de las formas, sombras y luces que provocan. Son las sombras y luces las que hacen vivir a la escultura más allá del espacio matérico que la conforma, como si respirara o pensara. Así como nuestra sombra nos acompaña y nos dibuja, también en las esculturas la luz a lo largo del día o la iluminación que sobre ellas proyectamos van variando su presencia, descubriendo puntos de luz, creando sombras hostiles, perfiles misteriosos, líricos huecos.
La obra necesita que la recorramos, que exploremos su alrededor, las diferentes intensidades de luz que permiten sus huecos, ver cómo la materia se adelgaza y se expande, el movimiento que puede llegar a tener algo tan denso como el acero debido a su asiento inestable; sólo transitando alrededor de ella podemos llegar a descubrir las distintas formas de explorar el espacio que la escultura presenta, las distintas esculturas que contiene una misma obra. Esa forma de apoyarse que tienen las esculturas en un punto o en la línea de un plano provocan su inestabilidad y de ahí su movimiento, como si se hiciera presente la física cuántica, como si de un momento a otro fuera a desplazarse del lugar que ocupa, llenando otro espacio, creando la posibilidad en nosotros de imaginarla viva. Esa capacidad de mover el espacio desde la quietud, ese percibir la viabilidad de la transición hace que también nos sintamos creadores. ¿Cómo es posible que algo tan denso como el acero, con sus formas geométricas tan alejadas de lo humano provoquen sentimientos, nos emocionen? Y es que toda obra artística auténtica, que sale de dentro, que se enraíza en el consciente y en lo irracional de su autor, está desvelándonos una visión del mundo, así luz y oscuridad no sólo responden a conceptos físicos, sino que nos hablan de los problemas del mundo, de nuestro interior, de lo que nos afecta. En definitiva, una obra de arte es un espejo en el que nos vamos observando, en el que vamos sintiendo la serenidad o la angustia que nos envuelve, la fugacidad de lo cotidiano o el sentimiento de eternidad que desearíamos.




















































Casino Liberal. Algemesí. Valencia Marzo-Abril 2011